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Pandemia, compasión y crianza

Constanza Daniela González
martes 1 de diciembre - 2020

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Hace unos días conversaba por vídeo llamada con unos amigos—los llamaré Camila y Lucas—sobre lo maravilloso y complejo que ha sido para ellos ser padres primerizos durante la pandemia. “Nunca me imaginé que podría sentir tanto amor. Es increíble y me permite sacar energía de donde no la tengo, pero ha sido duro. El fin del embarazo fue súper solitario y después del parto eso ha seguido más o menos igual…”, me decía ella. “Lucas hace de todo: cambia pañales, hace dormir al bebé y me dice que descanse cuando él está en casa, pero hay algo que no me deja desconectarme…me siento culpable de cansarme o no estar pendiente todo el tiempo, y eso me tiene tan agotada que por cualquier cosa me enojo con él o me dan ganas de llorar.” Lucas por su parte comentaba que les inquieta que él contraiga el virus cuando cumple turnos presenciales en su trabajo. “Los dos andamos con la tensión de que puedo regresar con el virus, que se suma al cansancio que de por sí ya traemos por dormir poco, y no siempre nos entendemos…no es una muy buena combinación…”

 

El aislamiento, preocupación, tensión en la relación de pareja y estrés de mis amigos frente a la crianza durante estos meses de pandemia no son exclusivos a los padres con hijos recién nacidos. La gran mayoría de las familias ha debido adaptarse a una serie de demandas nuevas a lo largo del año, incluyendo pasar del trabajo y clases presenciales al teletrabajo y teleaprendizaje, limitar el contacto con la familia extensa y amigos, improvisar actividades recreativas para los hijos ajustadas a las restricciones sanitarias, renegociar la distribución de tareas domésticas, sobrellevar incertidumbres económicas inesperadas e incluso afrontar la enfermedad o pérdida de un ser querido. Si la responsabilidad de la crianza ya era difícil antes de marzo, la pandemia del coronavirus la ha tornado tanto mayor, y prácticamente todos los padres se han sentido sobrepasados o insuficientes en algún momento.

 

Frente a este escenario es común sentir culpa o vergüenza, dos emociones negativas relacionadas entre sí que, independientemente de la pandemia, suelen experimentarse a lo largo de la crianza. La diferencia entre ellas es sutil: la culpa surge cuando evaluamos una acción o comportamiento de forma negativa (“lo que hice estuvo mal”), mientras que la vergüenza resulta de una evaluación negativa de uno mismo (“soy mal padre/madre”). A menudo, estas emociones van acompañadas de pensamientos autocríticos (“soy pésimo en esto”, “no hago nada bien”, “siempre reacciono mal”, etc.) y, si bien en conjunto pueden indicar que es necesario corregir ciertos comportamientos, de volverse frecuentes tienden a impactar el bienestar de los padres—e indirectamente el bienestar de los hijos—de forma negativa.

 

Afortunadamente, la gran mayoría de los padres ya cuenta con una herramienta que puede amortiguar los efectos negativos de la culpa, la vergüenza y la autocrítica: la compasión.

 

Desde la psicología, la compasión es entendida como el proceso de reconocer, acoger y aliviar el malestar o sufrimiento. Los padres la experimentan en relación con sus hijos cada vez que consuelan un llanto, corrigen una falta con ternura o alientan en un momento de desánimo. No obstante, muchos se resisten a extenderse esa misma compasión a sí mismos. Después de todo la autocompasión está rodeada de mitos: se asocia con debilidad, egocentrismo, flojera o con tenerse lástima (la cual, por cierto, es distinta de la compasión), y difícilmente un padre o madre querrá encarnar alguna de estas características. Sin embargo, las investigaciones indican que estas suposiciones son erradas. Quienes reconocen que están atravesando por un momento de dificultad o sufrimiento, entendiendo que ello es propio de ser padre o madre, y responden a ese dolor con bondad y calidez—en otras palabras, quienes se tratan con autocompasión—son más resilientes, disfrutan de relaciones interpersonales más satisfactorias, tienen una mayor motivación para alcanzar sus metas, y presentan menos síntomas de depresión, ansiedad y estrés. Todos estos factores impactan la crianza de forma positiva y en consecuencia favorecen el bienestar de los hijos.

 

La invitación a los padres, entonces, es a brindarse bondad y cuidado cuando experimentan dolor o dificultad. ¿Cómo hacerlo? Un ejercicio para cultivar la autocompasión consiste en pausar luego de un evento desafiante (por ejemplo, la pataleta de un hijo o un desacuerdo con la pareja) y escribirse una nota a sí mismo de la misma forma como se le hablaría a un buen amigo o amiga si éste estuviera atravesando por la misma situación. ¿Se le llenaría de reproches? ¿Se le castigaría con insultos? Lo más probable es que no. Por el contrario, la mayoría de las personas trata a sus amigos con comprensión y calidez, incluso cuando éstos han cometido un error. Al ejercitar ser buen amigo con uno mismo, es posible comenzar a transformar un diálogo interno duro por uno más bondadoso y alentador.

 

Qué mejor momento que el presente para que padres y madres se extiendan compasión a sí mismos. Al hacerlo no sólo cultivarán un clima interior que favorezca su propia resiliencia y bienestar. También estarán en mejores condiciones de navegar la pandemia del coronavirus junto a sus hijos con cariño, comprensión y seguridad.

 

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Constanza Daniela González

Psicóloga