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Olas en el desierto: migrantes y refugiados en las fronteras

Fabrizio Guzmán
viernes 19 de febrero - 2021

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Esos desiertos son terribles, son la peor pesadilla que pude tener”, comenta una mujer venezolana mientras está sentada dentro de una limpia y ordenada carpa instalada a las afueras de un colegio ubicado en la comuna de Pozo Almonte, en la Región de Tarapacá. La escuela está cerrada, producto de las vacaciones, pero también de la pandemia que ha afectado el ingreso a clases de miles de niños y niñas en Chile. No existen albergues establecidos. El colegio, vacío y semi abandonado, permanece con sus puertas clausuradas mientras su frontis cobija a una docena de carpas con familias de paso dispuestas a continuar su camino, pese al cansancio y a la terrible incertidumbre. 

El grupo de personas migrantes y refugiadas se muestra en general esperanzada. Pese a sus labios hinchados y partidos por el sol, pese a sus malogrados pies y su develadora delgadez, pese a haber acabado o perdido sus últimos ahorros, el anhelo permanece intacto. Algunos tienen claridad. Se dirigen donde otros familiares ya establecidos que los esperan ansiosos en sus hogares. Otros simplemente caminan hasta llegar a un lugar donde les permitan trabajar. 

La primera pregunta a la que uno se enfrenta cuando conversa con una de estas personas, es “¿conoce de algún trabajo que yo pueda hacer?”, no estiran la mano en búsqueda de una moneda, o no piden un plato de comida, pese al sinnúmero de necesidades que ellos tienen en términos de salud, alimentación, higiene o cobijo, la pregunta, aun así, es por la posibilidad de obtener un trabajo. 

“Acá la moneda es más fuerte que en otros países”, se escucha también seguido, como uno de los principales argumentos para viajar desde tan lejos hasta Chile. El cambio les favorece ya que el 10 por ciento de un sueldo mínimo chileno se traduce en varios sueldos mínimos venezolanos. Quienes vienen, tienen la misión también de ayudar a aquellos que tuvieron que dejar atrás en sus ciudades de origen. El camino hasta acá es largo, pero para su meta, muy necesario.   

Oleadas 

En Colchane hace un par de semanas se vivenció un colapso sin precedentes: cientos de personas deambulaban por las calles del pequeño pueblo fronterizo, llamando la atención de todo el país y en especial de la prensa nacional. Este mar de gente, esta cuarta oleada de personas que siguen migrando desde Venezuela, pareció pillar de improviso a las autoridades quienes, en su más pronta reacción, han decidido ir deportando a estas personas las que, en su gran mayoría, han llegado de forma irregular al país, un país que ya alberga a alrededor de 500 mil venezolanos y venezolanas, convirtiéndose hoy en la comunidad extranjera con mayor cantidad de habitantes en Chile. 

En las noches, el árido desierto norteño cobra vida. Son miles los hombres, mujeres, niños, niñas, adolescentes y ancianos que han atravesado caminatas eternas en quizás uno de los terrenos más inhóspitos del planeta. El desierto, hierático e incólume, se repleta de olas que van y vienen, se inunda de huellas, tristeza, esperanza o dolor. A la sed del desierto parece no importarle incluso, de vez en cuando, cobrar vidas en su dificultoso terreno. 

“He visto morir por lo menos unos veinte venezolanos” comenta un hombre en Colchane mientras descansa en uno de los juegos para niños de la plaza. “Mueren de hipotermia, murió una familia entera abrazada mientras pasaban la noche afuera”, cuenta con pesar, pero sin mayor asombro, como si parte del paisaje se tratase. 

Las olas siguen avanzando, se extienden a otros pueblos, cogen otros rumbos, algunas se devuelven y otras se asientan. 

En la Plaza Brasil de Iquique se puede encontrar uno de los campamentos más grandes de venezolanos de la ciudad, donde, por lo menos, viven 175 personas, algunas incluso llevando meses instalados allí. 

Los niños y niñas de esa plaza se divierten mientras corren y ríen, algunos manejando bicicletas sin llantas que rechinan contra el pisootros andando raudos sobre monopatines oxidados con un solo mango. Parece no importar si a una muñeca le falta su cabeza, o si se tienen que turnar para ocupar la única bicicleta en mejor estado que tienen.  

“En un momento cuando íbamos caminando por el desierto, alguien de noche gritó ‘¡quién anda ahí!’ y yo arranqué, me asusté mucho”, cuenta uno de los niños su atemorizante episodio, pero que él narra alegremente ya que para él todo esto se ha convertido en una anécdota de vida. 

Algunas autoridades han sido enfáticas en decir que ese asentamiento debe ser expulsado de ahí. 

Tal parece que las nuevas olas migratorias, al menos en Chile, están destinadas a fluir hasta, ojalá, alejarse de aquí o incluso, mágicamente, evaporarse. 

Ayuda Humanitaria 

“Desde World Vision tenemos la convicción de que ante cualquier crisis humanitaria, el Estado y nosotros como sociedad, debemos hacernos cargo en prestar la mayor ayuda posible para estas personas que han perdido mucho y que, en sus trayectos, siguen sufriendo” comenta el Director Ejecutivo de World Vision Chile, Harry Grayde. 

En una misión de evaluación, la organización comprobó la situación en la Región de Tarapacá, encontrándose con necesidades básicas como calzado cómodo, elementos de higiene y de protección solar, ropa liviana térmica para abrigo, necesidad de carpas, carros para acarrear bolsos, entre otros elementos, que faciliten el irremediable hecho de que dichas personas hacen la mayoría de sus desplazamientos a pie, y que sus trayectos continúan hacia ciudades lejanas como Arica, La Serena, Santiago, Antofagasta, entre otras. 

“Es también necesario evaluar el apoyo que se les prestará a estas personas migrantes y refugiadas en términos de su regularización, la expulsión inmediata sin una mayor evaluación parecer ser una medida apresurada, la cual esperamos sea revisada debidamente por las autoridades” concluye Grayde. 

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