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Bullying: La mirada de una profesora

admin
lunes 13 de noviembre - 2017

En World Vision Chile, tenemos la suerte de contar con un ambiente donde se juntan muchas personas con distintas áreas de especialización y experiencia. Muchas personas de nuestro equipo son profesores y profesoras, y han presenciado casos de bullying de primera mano. Aquí, Victoria Vega, Gerenta de World Vision ATE (Asistencia Técnica Educativa), nos comparte sus experiencia:

¿Cómo vive un profesor el Bullying?

“Pero mírelo profe… mírelo caminar, mírelo como habla, mírele ese pelo ¿Qué quiere que haga? ¡Si es tan Buleable!”

Y ahí estoy yo, sentada frente a mi estudiante de tercero medio con toda mi conversación sobre la dignidad de las personas, el respeto, la diversidad y las relaciones interpersonales. Yo, mi discurso y esa respuesta. Yo, mi desesperación por la vulnerabilidad de ese adolescente frente a su compañero, mi necesidad por mediar la situación por sobre la sanción, mi cansancio frente a lo que no logro ver en la sala de clases y que sucede a mis espaldas, en las redes sociales, en los grupos de WhatsApp.

-¿Buleable?, de donde sacó esa palabra- Por un momento pensé reír, en llamarle la atención, mientras a través del vidrio de mi oficina veía a su compañero caminar solo durante el recreo, con sus audífonos en los oídos, escuchando a Mozart quizás, o algún otro de sus compositores favoritos para tocar en su violín. Recuerdo otro colegio donde ser músico era, en palabras de mis estudiantes, “bacán”, “seco”. Aquí es sinónimo de bullying y aislamiento: eso me recuerda nuevamente que tenemos miles de razones para discriminar, para manifestar odiosidad y desprecio. Si queremos y necesitamos hacerlo, encontraremos hasta la más inverosímil de las características personales, para hacer del otro una mofa y una humillación constantes; para repartir públicamente el descrédito y la odiosidad.

El agresor, un estudiante talentoso

Vuelvo la mirada hacia mi estudiante sentado frente a mí en mi oficina. Él también es un talentoso joven, pero en el ámbito de las ciencias, donde de seguro tendrá un futuro brillante. Pero ¿la música?, “profe eso es para ñoños”, “es para gays”, “es para gente que se morirá de hambre”. Sus palabras son dichas con ira, con superioridad, con arrogancia avasalladora. Según alcanzo a ver, este agresor se siente un héroe aunque está suspendido de clases, por quebrar violentamente el violín de su compañero

Podría generarme rechazo, pensar que es un odioso adolescente insensible y arrogante. Sin embargo me parece estar escuchando a su padre, el que dos días atrás se acercó al colegio a pedirme explicaciones por la suspensión de su “brillante” hijo. El padre del agresor tiene una hija que viaja por el mundo tocando chello y no piensa regresar y debe vivir con el recuerdo de esa hija “muerta de hambre” como una aguja en su corazón cargada de frustración y vergüenza paternal. De la música no se habla en su casa y tampoco de su hija. Para él sólo existe un hijo que “no le hará lo mismo”, “que tiene claras las cosas”, “que será un gran abogado o un gran médico”

El padre del agresor, igualmente herido

Lo miro a los ojos, siento compasión y entiendo: detrás de cada historia de bullying que genera heridas, hay otra historia herida que necesita ser validada, protegida, sanada y comprendida. Y mientras tratamos de sanar aquello en nuestros niños y niñas (porque tratar de sanar a sus padres muchas veces es una tarea más ardua), se van sumando otras historias similares de los que escuchan, ven y ríen, porque no tienen la posibilidad de hacer otra cosa distinta, porque también están heridos y no pueden denunciar, enfrentar u oponerse a la situación, aunque no estén de acuerdo.

Una búsqueda de identidad exitosa

“Profe no se preocupe, a mí me da lo mismo lo que digan de mí, no me afecta, sólo me importa esforzarme. Yo sé que puedo ser un gran músico”

La víctima de la agresión, el que ya no tiene violín, me lo dice con su sonrisa pecosa, su pelo largo (el que no logro que se corte un poquitito más cerca de lo que dice el reglamento) y sus ojos llenos de sueños. Yo sé que a él no le importa: muchos de nosotros quisiéramos tener la mitad de sus habilidades emocionales, de la resiliencia heredada de su mamá y de una identidad que parece que está buscando con bastante éxito en su tarea adolescente.

Y mientras mi estudiante se va con su padre a firmar su suspensión, pienso que esto es el bullying: una urdimbre de historias que requieren ser desenredadas y sanadas, para tejer nuevamente un modo distinto de relacionaros. Y ¿qué hacer? Contamos sólo con dos armas: trabajar en climas nutritivos que impidan por si solos este modo de relacionarnos porque en ellos la dignidad de todos está protegida y resguardada y ¿la segunda?, generar en nuestros niños las habilidades socioemocionales que les hagan resilientes ante la adversidad, con una autoestima robusta, donde la palabra de alguien violento, no pueda mermar la valoración de sí mismos.

Desde mi vereda como profesora y educadora, creo que esos son nuestros desafíos. Más allá de la violencia, más allá de la sanción: tenemos niños y adolescentes heridos, que requieren ser educados para la relación y para la paz.

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