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Arica y sus fronteras: Una desértica bienvenida para la niñez refugiada y migrante en Chile

Natalia Cuello
lunes 28 de septiembre - 2020

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“Los niños a la espalda y expectantes
Los ojos
en alerta, todo oídos

Olfateando aquel desconcertante paisaje nuevo, desconocido…”

 

Jorge Drexler – Movimiento.

 

La migración hoy más que nunca es parte del debate, razón incluso de conflicto para muchas y muchos, puntapié inicial de discursos políticos, y génesis de una polarización ética y moral donde se conflictúan más de uno de nuestros ya a veces invisibilizados “Derechos Humanos”.

Pero, ¿Cómo nos salimos un momento de ese debate y humanizamos los procesos migratorios? ¿Cómo le damos rostro, pulso y vida cuando los protagonistas de estas increíbles y peligrosas peripecias de supervivencia son niñas, niños y adolescentes? Para algunos una realidad desconocida, hoy más que nunca es necesario ver la profundidad de esta hermosa y a la vez abismante fotografía llamada “Refugio y Migración”.

Arica - Chile, ciudad trifronteriza y puerta de entrada para miles de sueños, región intercultural casi por naturaleza, habituados al compartir cotidiano entre personas provenientes del Perú, Bolivia y tantas otras comunidades migrantes, un territorio olvidado desde las esferas del centralismo, una ciudad pequeña, que no estimaba en ningún momento ser la antesala para un fenómeno migratorio sin precedentes.

Me refiero principalmente a la situación en Venezuela, un país de la costa norte de América del Sur, habituados a la calidez de sus territorios bordeados del mar caribe, ya son más de 4.7 millones de venezolanas y venezolanos los principales actores de un desplazamiento humano que logra posicionarse en rankings de escala mundial – lamentablemente - hoy comparten espacios con realidades tan complejas y lejanas como lo es el desplazamiento de personas provenientes de oriente; donde priman países como Siria, Afganistán, Sudán del Sur y Myanmar.

Frente a tal contexto humanitario, la realidad es que hoy Chile es el tercer país de acogida para miles de vidas que requieren de protección internacional: la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales fueron una de las tantas razones para tocar puertas en países vecinos y hermanos de la ya tan golpeada América Latina.

Un escenario que necesariamente debemos comprender para lograr magnificar la necesidad de una comunidad que busca socorro y protección, necesidad que se potencia en tiempos tan vulnerables como lo es la presente pandemia mundial generada por el COVID-19. Solo en el presente año y en la ciudad de Arica, hemos conocido como World Vision a más de 500 historias de familias, 800 son niñas, niños y adolescentes acompañados de sus madres, tías, abuelas, padres, cuidadores. Posiciono primeramente al género femenino, porque son principalmente mujeres las que buscan llevar el mando de tantas de esas caminatas en búsqueda de dignidad.

La situación es precaria y para tantos de esos ojos en alerta, no solo bastan las largas caminatas de más de 12 horas desde el Perú arrastrando pesadas mochilas, ya sea por campos minados, en plena pampa, por la playa o por la línea del tren, actualmente cientos de familias se enfrentan al desconsuelo en un territorio que no los observa del todo como sujetos de derechos, una realidad que no solo se logra zanjar ante la empatía y solidaridad de algunas y algunos, la escena en la que hoy viven familias refugiadas y migrantes en el norte del país requiere de medidas estructurales inmediatas que logren garantizar sus derechos.

De seguro nos conmovemos ante los incendios recién sufridos en los campos de refugiados de la Isla Griega de Lesbos, ante las emergencias en Irak y Yemen, ante las segregadoras medidas que buscan hacer un alto al movimiento de países del triángulo norte, ante la expulsión de cientos de niñas y niños mexicanos en Estados Unidos… lamento decir que no, no es una realidad ajena, aquí en el norte de Chile también lo vivimos, por medio de otras experiencias, transformadas en otros relatos, otras historias… aquí las familias se encuentran en asentamientos precarios, viviendo en playas, muchas de ellas recién llegadas, hacinadas en una habitación, transitando sin medidas de protección, figurando en cada esquina, algunas bajo un semáforo, entremedio de coches y carteles de auxilio, otras más avezadas emprendiendo kilométricos caminos re-dirigiéndose a otras ciudades del país.

Son muchas las desesperanzadoras miradas que pasamos por alto, cayendo en la inmediatez del prejuicio y haciendo crítica de lo que solo nos evoca una distorsionada e incompleta imagen en la que los medios políticos, estatales y sociales no ayudan lo suficiente.

No existe una receta perfecta, varias de las grandes potencias tampoco tienden a ser un ejemplo de humanidad, por el momento depende de nosotras y nosotros el darle vida y pulso a esos rostros, porque como dice Drexler (médico uruguayo, músico y migrante) en su canción “Movimiento”; así ha sido desde siempre, del infinito… Fuimos la gota de agua viajando en el meteorito, Cruzamos galaxias, vacío, milenio, buscábamos oxígeno, y encontramos sueños”…

Humanicemos “el movimiento” y no hagamos oídos sordos ante esta inminente realidad: las niñas, niños y adolescentes no eligen migrar, es tarea de todas y todos alzar la voz ante la reivindicación y el pleno ejercicio de sus derechos.